[vc_row][vc_column css=».vc_custom_1502529981371{margin-top: 0px !important;padding-top: 0px !important;padding-right: 35px !important;}» offset=»vc_col-lg-9 vc_col-md-12″][vc_column_text]Érase una vez una princesa que, jugando en el jardín, dejó caer al pozo su pelota de oro. De repente, salió del agua una horrible rana que dijo:
-No llores, princesa. Si prometes sentarme en tu mesa, darme de comer en tu plato de oro y acostarme en tu cama, te devolveré tu bonito juguete.
La princesa lo prometió y al instante la rana salió del pozo con la pelota de oro en la boca. La princesa le arranco la pelota y se puso a correr hacia su casa, olvidando su promesa. Aquella misma noche el rey celebraba una fiesta en honor de unos invitados.
Cuando el banquete parecía más alegre, se oyeron unos golpes y una extraña voz croó:
-Princesa, has dado tu palabra y ahora debes complacer los deseos de tu rana. La princesa aterrorizada, pidió ayuda a su padre, pero el rey dijo gravemente: -La palabra real debe ser mantenida. ¡Si has hecho una promesa, respétala! Y la pobrecilla no tuvo mas remedio que sentar a la rana en sus rodillas y comer con ella del plato de oro delante de todos. Le daba tanto asco que perdió el apetito.
Cuando la rana hubo comido hasta saciarse, croó:
-¡Tengo sueño, Llévame a tu cama!.
La princesa huyó a su habitación deseando dar a la rana con la puerta en las narices. Pero esta se coló entre las sabanas. La princesa, a punto de desmayarse, cogió a la horrible criatura con la punta de los dedos y la arrojó al suelo. Y entonces, maravilla…, un hermoso príncipe apareció repentinamente.
-Estaba bajo el encantamiento de una hada malvada -dijo-. Solo podía liberarme la joven que cumpliera mis deseos. Te agradezco de todo corazón que hayas roto el encantamiento.
En el cielo, las estrellas ya habían perdido su brillo cuando la princesa escuchó el final de la historia del Príncipe Rana. Estaba amaneciendo, cuando se oyó llegar una carroza.
-¡Aquí esta Enrico, mi fiel sirviente! -gritó el príncipe-. Nos conducirá a mi palacio y allí nos casaremos.
La princesa y su padre consintieron, pero apenas la carroza hubo partido, se oyó un crujido.
– ¡Enrico, se ha roto una rueda! -gritó el príncipe.
Pero el fiel sirviente respondió:
Crujido de alegría fue, mi señor.
Cuando por magia fuiste embrujado,
lazos de oro mi corazón ataron.
Ahora que estas aquí, se ha quebrado.
Y antes de que llegase la carroza a palacio, todos los lazos que ceñían el corazón del fiel Enrico se soltaron por la felicidad del regreso de su señor.
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