El bufón y el campesino

 

Un noble rico una vez abrió un teatro sin cobrarle a la gente, y públicamente anunció que él recompensaría generosamente a cualquier persona que inventara  una nueva diversión para la ocasión. Varios ejecutantes públicos compitieron por el premio.

Entre ellos vino un bufón conocido entre el pueblo por sus bromas, y dijo que él tenía un nuevo entretenimiento que nunca había sido presentado en ninguna ocasión anterior. Este informe se extendió rápidamente y provocó gran excitación, y el teatro fue atestado en todas sus localidades.

El bufón apareció solo sobre la plataforma, sin ningún aparato o ayudantes, y por la misma expectativa se produjo  un silencio intenso. De repente él dobló su cabeza hacia su pecho e imitó los chirridos de un pequeño cerdo tan admirablemente con su voz que el auditorio declaró que de seguro él tenía un cerdo bajo su capa, y exigió que debiera quitarse la capa y sacudirla. Cuando esto fue hecho y nada fue encontrado, el público  aclamó al actor, y lo elogiaron con los aplausos más fuertes.

Un campesino en la muchedumbre, observando todo que había pasado, dijo:

–¡Ahora Heracles,  ayúdame, él no me vencerá con ese truco!– e inmediatamente proclamó que él haría la misma cosa al día siguiente, aunque de un modo totalmente natural.

En la mañana, una muchedumbre todavía más grande se reunió en el teatro, pero ahora la parcialidad para su actor favorito prevalecía muy extendidamente, y el auditorio llegó sobre todo para ridiculizar al campesino y no específicamente para ver el espectáculo.

Ambos ejecutantes aparecieron en la escena. El bufón gruñó y chilló de primero, y obtuvo, como durante el día precedente, los aplausos y las aclamaciones de los espectadores. Después el campesino comenzó su presentación, y actuando como que él ocultaba a un pequeño cerdo bajo su ropa (que en verdad así hizo, pero que no era sospechado por el auditorio) buscó la forma de coger y tirar de la oreja del cerdo y así logró hacerlo chillar.

La muchedumbre, sin embargo, gritó por unanimidad que el bufón había dado una imitación mucho más exacta, y pidió al campesino a gritos que saliera del teatro.

Entonces el granjero sacó al pequeño cerdo de su capa, y mostrándolo, le dio al público la prueba más positiva de la gran equivocación en su juzgamiento.

–Miren ustedes– dijo él, –esto demuestra que clase de jueces son ustedes.–

 

 

Los prejuicios son la base de grandes errores.

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