Un molinero y su hijo llevaban su asno a una feria en la ciudad vecina para venderlo. Ellos no habían andado muy lejos cuando se encontraron con un grupo de mujeres alrededor de un pozo, hablando y riéndose.
–¡Miren eso!– gritó una de ellas, –han visto alguna vez a semejantes compañeros, andar con dificultad a lo largo del camino a pie cuándo podrían montar sobre el asno?–
El anciano, que oyó aquello, rápidamente hizo montar a su hijo sobre el asno, y siguió andando alegremente a su lado. Poco después toparon con unos ancianos que discutían entre ellos.
–¡Ahí está!– dijo uno del grupo, –demuestra lo que yo les decía. ¿Cuál respeto hay para la vejez en estos días? Vean ustedes esa ociosa tranquilidad juvenil mientras su viejo padre tiene que andar. ¡Baje usted, agraciado joven, y deje al anciano descansar sus cansados miembros!–
Por aquellas palabras, el anciano hizo a su hijo desmontarse, y montarse él mismo. Y siguiendo adelante, no habían llegado muy lejos cuando encontraron un grupo de mujeres y niños:
–¿Por qué, usted, viejo perezoso– gritaron varios a la vez, –puede montar sobre la bestia, mientras a ese pequeño pobre chaval le cuesta seguir el ritmo al lado de usted?–
El Molinero bondadoso inmediatamente tomó a su hijo y lo montó detrás de él. Y ya ahora casi habían alcanzado la ciudad.
–¡Dios con ustedes, buenos amigos!– dijo un ciudadano, –¿es ese asno de ustedes?–
–Sí– contestó al anciano.
–¡Oh, no lo habría pensado así!– dijo el ciudadano, –y a propósito, veo que ustedes van encima de él. ¿Por qué ustedes dos juntos, no llevan a la bestia sobre ustedes, y no ustedes sobre ella?–
–Podríamos complacerle– dijo el anciano; –lo intentaremos.–
De este modo, bajando ambos del asno, le ataron juntas las piernas, y con la ayuda de un poste lo llevaban en sus hombros. Cerca de la entrada de la ciudad pasaron sobre un puente. Esta vista divertida atrajo a la gente en muchedumbres para reírse, y hasta el asno, no gustando del ruido ni del manejo extraño al cual era sujeto, rompió las cuerdas que lo ligaban y, cayendo del poste, todos fueron a dar al río.
Por todo esto, el anciano, fastidiado y avergonzado, decidió que lo mejor era regresar a casa otra vez, convencido de que procurando complacer a cada uno, en realidad no había complacido a nadie, y además de que perdió la oportunidad de vender a su asno.
Toma tus decisiones con tu mejor parecer, no con el parecer ajeno.