Picoteaba un tordo los granos de un bosquecillo de mirlos, y complacido por el placer de sus pepitas no se decidía a abandonarlo.
Un cazador de pájaros observó que el tordo se acostumbraba al lugar y lo cazó.
Viendo el tordo su próximo fin, dijo:
— ¡Oh desgraciado!, ¡por el placer de comer, me he privado de la vida!
Nunca te excedas de lo que encuentres placentero, no vaya a ser causa de tu desgracia.