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Había una vez una Ratita que era muy presumida, todos los días barría la escaleras cuando uno día de pronto, algo le llamo la atención. Era una moneda de oro. Después de pensarlo durante mucho tiempo, decidió quedársela para comprase un lazo rojo que colocaría en su rabito.
Al día siguiente, salió rumbo al mercado con la moneda en su bolsillo. Cuando llegó, pidió al tendero que le vendiera un trozo de cinta roja, la mejor de todo el mercado. La compró y regresó a casa. Cuando llegó, se paró frente al espejo y se colocó el lacito en el rabo. Estaba tan bonita, tan bella que no podía dejar de mirarse.
Salió al portal para lucir su nuevo lazo, y entontes se acercó un gallo.
– Buenos días, Ratita. ¡Qué guapa que estas hoy!- dijo el gallo.
– Gracias, señor Gallo- respondió la ratita.
– ¿Te casarías conmigo?
– No lo sé. ¿Cómo harás por las noches?- preguntó la ratita presumida.
– ¡Quiquiriquí!- respondió el gallo.
– Contigo no puedo casarme, porque me despertaras con ese ruido cada noche.
El gallo se fue malhumorado. En eso que llegó el perro.
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– Buenos días, Ratita. Nunca me había dado cuenta de lo bonita que eres. ¿Te quieres casar conmigo?- dijo el perro.
– No lo sé. ¿Cómo harás por las noches?- preguntó la ratita presumida.
– ¡Guauuu, Guauuu!- respondió el perro.
– Contigo no puedo casarme, porque tu ruido me despertaría cada día.
El perro se fue cabreado gruñendo, y al rato apareció un burro tranquilo.
– Qué bonita eres. ¿Te quieres casar conmigo, ratita?- preguntó el burro.
– No lo sé. ¿Cómo harías por la noche?
– Yyyyyyaaaa,Yayyyyyaaaaa – respondió el burro.
– ¡Uy no!. Eso me despertaría. – dijo la ratita.
El burro se fue cabizbajo y avergonzado por el camino.
Un ratoncito que vivía cerca de la ratita, había estado siempre enamorado de ella en secreto. Este día, cuando la vio tan bonita y bella, se acercó y le dijo.
– ¡Buenos días, vecina! Siempre estas tan hermosa, pero hoy mucho más.
– Hoy estoy muy ocupada, no puedo hablar contigo.
El ratoncito se marchó cabizbajo.
Al rato apareció un gato que le dijo.
– ¡Buenos días, Ratita. ¿Te quieres casar conmigo?
– Tal vez, pero ¿Cómo haces cada noche?
– ¡Miauuu, miau!- contestó el gato.
– Contigo me casaré, pues con ese maullido me acariciarás.
El día de la boda, el gato invitó a la ratita a una rica comida para celebrar el matrimonio, pero cuando la ratita presumida se acercó a la cesta para ayudar al gato, que estaba preparado una hoguera donde cocinar, vio que en ella no había nada.
– ¿Dónde está la comida?- preguntó la Ratita.
– La comida eres tu- le espetó el gato enseñando sus colmillos.
Cuando el gato estaba a punto de comerse a Ratita, apareció el ratoncito vecino, que los había seguido por desconfianza del gato. Tomó un palo de la fogata y lo puso en la cola del gato que salió huyendo asustado.
La Ratita agradeció al Ratoncito, y éste muy nervioso le dijo.
– Ratita. Eres la más bonita. ¿Te casarías conmigo?-
– Tal vez, pero ¿cómo harás cada noche?-
– ¿Por las noches? Dormir y callar. ¿Qué más?- dijo el ratoncito.
– Entonces, contigo me quiero casar.
La Ratita Presumida y el Ratoncito, se casarón y fueron muy felices.
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