[vc_row][vc_column css=».vc_custom_1502529981371{margin-top: 0px !important;padding-top: 0px !important;padding-right: 35px !important;}» offset=»vc_col-lg-9 vc_col-md-12″][vc_column_text]Erase una vez un joven granjero llamado Juan, vivía muy feliz con su esposa Socorro hasta que un año después de una prolongada sequía decidió ir al oeste a aprender un oficio que le permitiera no depender tanto de las cosechas.
Encontró trabajo en la ciudad en un taller de carpintería. El patrón le preguntó:
—¿Qué sabes hacer?
—De nada y de todo, y si no aprendo rápido.
El patrón que lo vio bien dispuesto lo contrató y acordaron un salario de una moneda de oro al año, durante los tres años que duraría su aprendizaje.
Al final del primer año el patrón le mostró la moneda y le dijo:
—Juan, aquí está tú paga, pero como estoy contento con tu trabajo, si me la devuelves te daré un consejo que vale más que el oro.
—¡Muy bien, patrón!, deme usted ese consejo.
—No dejes nunca el camino antiguo por uno nuevo.
Juan lo miró pensando ¡vaya consejo más raro!, pero en fin, como era un buen patrón, y comía bien y tenía buena casa decidió tomar buena nota del consejo y el próximo año ya cogería la moneda…
Al cabo de otro año ocurrió lo mismo y el amo le dijo a Juan:
—Nunca te hospedes en una casa en que viva un viejo casado con una mocita.
—Si no fuese tan buen amo el resto del año… —pensaba Juan—, ¡vaya manía de dar consejos raros!
Al final de su contrato el patrón le dijo a Juan:
—La honradez es la mejor norma de conducta.
—¡Bueno patrón, al fin un consejo que puedo entender! Muchas gracias y adiós.
—Espérate al domingo, has sido un buen aprendiz y te daré algo para ti y tu familia.
Llegó el domingo, le dio un paquete y le dice:
—Esto es para que se lo des a tu mujer y lo abrís solo cuando os sintáis muy felices, …antes no.
Así que Juan volvió a darle las gracias y se marchó.
En el camino se encontró a unos paisanos que también volvían a casa después de unos años trabajando fuera y decidieron volver juntos.
En un punto el camino se dividía, uno era nuevo y parecía ir más directo al pueblo, los paisanos decidieron seguir por el nuevo, pues no tenían ganas de andar mas de lo necesario. Pero Juan se acordó del primer consejo y ya que le había costado una moneda de oro decidió que lo menos que podía hacer era seguirlo. Al poco escuchó gritos y regresó corriendo al cruce de caminos y sus paisanos gritaban:
—¡Ladrones, ladrones!
—¡A mi la guardia, rodead a esos ladrones! —grita Juan con voz marcial. Los forajidos asustados huyen despavoridos y Juan y sus paisanos regresan al cruce y continúan por el camino viejo.
—Tenía razón mi patrón, este consejo bien valía el oro…
Al llegar la noche pararon en una hostería, pero Juan notó que la mesonera era joven y bonita y el mesonero viejo y achacoso y les dijo a sus amigos:
—Yo aquí no puedo dormir.
Pero estos pensando en la hermosa mesonera no quisieron escucharle, así que Juan cogió sus bártulos y se fue a la posada de al lado.
Como hacía calor y no podía dormir por la noche se asomó a la ventana y vio a la mesonera con un joven que mutilaban y robaban al viejo.
Al día siguiente la policía encarceló a sus paisanos acusados por la mesonera, que se lamentaba a voz en grito, de asesinar a su querido esposo.
Juan acudió y describió ante el juez lo que vio y describió con tantos pelos y señales al individuo que acompañaba a la mesonera que todos los presentes reconocieron al ayudante de la botica, y cuando fueron a interrogarle intentó escapar, con lo que reconoció su culpa.
Así que sus paisanos fueron liberados y Juan decidió que el segundo consejo también había sido bien pagado.
Llegaron todos al pueblo sin más contratiempo y aunque no llevaba dinero, su familia se alegró mucho de verlo, y las cosas ya no estaban tan mal, la granja prosperaba y Juan tenía su oficio y fabricaba o reparaba muebles en casa con lo que ya no pasaban necesidad.
Un día Juan se encontró en un mueble que tenía que reparar una bolsa de dinero, era del ricachón del pueblo, pero pensando que quizás la necesitase sin recordar donde la había dejado la llevó al pueblo donde se la entregó al administrador de la hacienda.
Más tarde se encontró por casualidad al ricachón que le felicitó por su trabajo en la restauración del mueble. Juan le preguntó por la bolsa y si la había echado en falta.
El ricachón extrañado dijo no saber de que le hablaba, con lo que fueron a ver al administrador, resultó que este se había quedado el dinero, así que lo despidieron y poco después contrató a Juan para que restaurase el resto del mobiliario.
Juan se sentía muy feliz y su mujer le recordó el paquete que les regaló el patrón, así que lo abrieron y dentro había una pequeña arquita de madera, un trabajo precioso que había hecho Juan y dentro encontraron las tres monedas de oro.
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