Cuando los Moais Caminaban. Leyenda de Chile

[vc_row][vc_column css=».vc_custom_1502529981371{margin-top: 0px !important;padding-top: 0px !important;padding-right: 35px !important;}» offset=»vc_col-lg-9 vc_col-md-12″][vc_column_text]leyenda de los moais

Miru A´Hotu y Tani Teako A´Hotu, de la tribu de los Miru, habían aprendido de Have Hake cómo hacer los “moai”.

Muerto Have Hake se mantuvieron cuidadosos de no revelar el secreto. De tal modo que se constituyeron en los maestros de la cantera de Rano-raraku .

El volcán abrió sus entrañas, y bajo el golpe febril de los escultores, fue entregando “moai” cada vez más gigantescos que, caminando solos, iban a ubicarse en distintos lugares de la isla. Muchos “moai” salieron de ahí.

Al compás de los cantos, de ritmos autóctonos, iban dibujando rostros en la roca grisácea, mientras los maestros Miru  A´Hotu y Tani Teako A´Hotu dirigían a los escultores. Primero la cabeza, luego el cuerpo, el fino tallado de las orejas y de las manos, hasta que por fin el último golpe rompía la unión de la montaña, los moai, con sus órbitas secas, la nuca aplastada, con una mueca desdeñosa en sus finos labios salientes y las manos cruzando la barriga, bajaban del volcán caminando, iban hacia los “ahu”. Cuando los Moais Caminaban

Una tarde, mientras servían a los maestros la comida, uno de los ayudantes preguntó:

– Miru A´Hotu, ¿cómo se forma la cabeza de las estatuas?

Este sonrió y dijo:

– Es muy fácil; mira la tuya, entonces sabrás cómo la formamos.

Luego, otro preguntó:

– Tani Teako A´Hotu, ¿cómo se forma el cuerpo de los “moai”?

Y la respuesta fue la misma.

Ute-uka y Manu-ataki, que habían formulado las preguntas, regresaron preocupados a sus “hare-paena”. No lograban comprender las respuestas. Como la hora era avanzada y la brisa soplaba tibia, decidieron darse un baño. Una vez en el agua, se miraron sus cuerpos, sus sexos y sus cabezas. Vieron que tenían una notable semejanza como los “moai”. A partir de ese momento comprendieron que para hacer buenos “moai” deberían tomar como modelo sus propias figuras.

Ute-uka y Manu-ataki probaron esculpir una estatua, pero ella resultó muy fea. Los isleños al verla estallaron en risas y se burlaron de los escultores principiantes. Volvieron a esculpir otra, que resultó mejor, pero aún con defectos, hasta que un tercer “moai”, que llamaron Have, fue perfecto, como la obra de sus maestros.

Llenos de alegría, Ute-uka y Manu-ataki ordenaron en voz alta: “¡Levántate y camina!”. Y la estatua se incorporó y se fue caminando hacia Hotu-iti. Saltaron de regocijo: conocían el gran secreto, y para evitar competencias no buscaron ayudantes, sino que tomaron a una vieja para que los atendiera. Era una mujer vieja, fea, pero ignoraban que ella era bruja.

En una ocasión que los escultores salieron a pescar, y estuvieron todo el día en la faena, no cogieron ni un solo pez. Al anochecer, Ute-uka, desganado por el caso, lanzó al agua en un último intento la red. Al recogerla la sintió pesada; llamó a Matu-ataki, y con asombro vieron que en ella venía la fabulosa tortuga Urarape-nui, muy buscada porque existía la creencia de que al comerla se adquiría inteligencia extraordinaria, larga vida y mucha fuerza. Rápidamente la mataron y se la adjudicaron en partes iguales. De regreso, en la playa, prepararon un sabroso “umu”, que se comieron sin dejar nada.

Al día siguiente, al amanecer, llegó la mujer que los atendía. Al ver la coraza de la tortuga, ansiosamente buscó un trozo de carne, sin encontrar nada. Dominada por la cólera, preguntó:

– ¿Dónde está mi parte?
– No hay nada para ti -le respondieron Ute-uka y Manu-ataki.

La vieja se llenó de rencor, y sin decir nada se alejó furiosa a refugiarse en una cueva. Al atardecer, mientras el viento movía ondulante al pastizal, vio venir, desde las faldas del volcán Rano-raraku, a algunos “moai”. Indignada les salió al encuentro, y con voz terrible les gritó:

– ¡Detenéos, no caminéis más!.

Y los “moai” quedaron paralizados. Entonces la bruja, volviéndose hacia los “ahu”, ordenó:

– ¡Caed de vuestras bases!

Y los colosos, que permanecían arrogantes, inmóviles sobre las plataformas, cayeron acompañados de un estruendo ensordecedor.

La vieja, asustada de lo que había pasado, quiso huir, pero en su intento fue aplastada por un enorme “moai”. De los hombres no se supo nunca más.

 

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